Como en cualquier empresa que pueda atravesar momentos de crisis, la principal prioridad con efecto a corto plazo es reducir los costes lo máximo posible.

En un estudio realizado por la Asociación Española de Municipios del Olivo (AEMO), en el 2012, en un contexto de precios bajos del aceite similar al que estamos viviendo en estos momentos, se estudiaron los costes en el olivar en los distintos modelos de cultivo, es decir, olivar tradicional no mecanizable, olivar tradicional mecanizable, olivar intensivo y olivar superintensivo.

Cuando nos vamos al apartado fertilización, esta operación supone aproximadamente el 6% del total de costes que soporta la explotación.

Esto quiere decir, teniendo en cuenta los resultados de este estudio, que de cada euro que el agricultor invierte en su explotación, aproximadamente 6 céntimos de media se dedican a aportar nutrientes.

Es por ello que cuando se decide no abonar argumentando una reducción de costes para intentar rentabilizar el cultivo, el agricultor está entrando en un “círculo vicioso” que condiciona que pierda mayor rentabilidad en la siguiente cosecha por varias razones:

  1. El cultivo no se recupera de las extracciones sufridas durante la cosecha y acentúa el fenómeno de la vecería.
  2. En situaciones de carencia de nutrientes, tanto la producción como el rendimiento es menor siendo el efecto inmediato la perdida de rentabilidad.

La opción más razonable sería optimizar la aplicación de fertilizantes en función de un estudio riguroso de necesidades nutritivas, utilizando las valiosas herramientas de los análisis de suelo y foliares, y teniendo en cuenta las fechas de finalización de la recolección y las previsiones meteorológicas, con el fin de evaluar si la fertilización al suelo es rentable, o es preferible incidir en un tratamiento foliar extra, sobre todo en el caso de los secanos.

Como resumen: Hay que fertilizar de la forma mas adecuada, pues un cultivo que no alcanza su máxima producción con el máximo rendimiento, nunca será rentable.